La primera regla de todo hortelano que se precie es que ante cualquier problema, antes de actuar hay que investigar la causa. En el caso de las enfermedades relacionadas con plagas, resulta relativamente sencillo identificar el agente infeccioso, pero la investigación es más complicada cuando se trata de una fisiopatía, una alteración funcional de la planta no causada por organismos vivos.
La dificultad de un correcto diagnóstico, que nos encamine hacia el tratamiento reforzante más adecuado o a la corrección de algún aspecto del manejo del huerto como posibles soluciones, se debe a que en muchas ocasiones un mismo síntoma puede ser compartido por varias causas.
A continuación, se detallan algunas de las fisiopatías de hortalizas más frecuentes del huerto.
Falta de riego
La falta de agua le provoca a la planta estrés hídrico y se observa cómo ésta se marchita. En el caso de un riego irregular con períodos de sequía, los efectos pueden ser agrietamiento del fruto, como ocurre con el tomate y el pimiento que, o que se produzcan abortos florales, en los que antes de que fructifiquen se produce una caída de las flores.
Exceso de riego
Si el agua ocupa permanentemente los espacios entre las partículas del suelo desplazando el aire, la planta sufrirá asfixia radicular. Al no disponer de oxígeno las raíces no podrán producir la energía necesaria para absorber agua y nutrientes. Como consecuencia, se amarillearán las hojas y la raíz al pudrirse se arrancará fácilmente. Síntomas que también se dan ante la falta de abonado.
Salinidad
Es un factor más determinante en los cultivos en tierra, ya que un suelo salino puede originar la aparición de quemaduras en las puntas y bordes de las hojas. La sobrefertilización también se identifica con estos síntomas, siendo en ambos casos recomendable realizar riegos abundantes para que el agua arrastre las sales.
Contaminación ambiental
En un entorno urbano la concentración de contaminantes en la atmósfera es muy significativa, pudiendo afectar también al crecimiento de los cultivos. Conocidos son los efectos producidos por la lluvia ácida (óxidos de azufre y nitrógeno disueltos en el agua de lluvia) directamente sobre la planta y los microorganismos del suelo, pero el ozono troposférico es un elemento que también puede afectar gravemente al crecimiento de las plantas.
Nitrógeno
Se trata de un nutriente muy importante para el crecimiento vegetativo de la planta y la síntesis de clorofila. La falta de nitrógeno es la fisiopatía más habitual en el cultivo en recipientes, asociándose a un amarilleamiento de las hojas, mientras que el exceso por un fuerte abonado puede atraer agentes infecciosos como el pulgón.
Fósforo
Es necesario para el crecimiento de la raíz y la formación de la semilla. Ante su falta se observa una coloración verde oscura de las hojas, sin brillo, y unas coloraciones amoratadas en tallos, pecíolos y nervios, además de producirse un menor desarrollo de la planta y las raíces. También puede influir en la maduración de frutos y semillas.
Potasio
Está relacionado con el engorde del fruto, la resistencia a enfermedades y la calidad de la semilla. Los primeros síntomas aparecen en las hojas más viejas, pero al agudizarse el daño se centra más en los puntos de crecimiento llegando a necrosarse.
Hierro
Su función es fijar el nitrógeno e interviene en la síntesis de clorofila. Un contenido bajo se asocia a una clorosis muy característica, amarilleo de la hoja en los espacios entre los nervios. Mientras que ante un exceso se produce el quemado de puntas y bordes hasta secarse, o bien un crecimiento importante pero con poca floración.
El truco para llegar a distinguir lo que nos quiere decir la planta a través de casi los mismos síntomas, es el mismo truco que emplean los padres cuando saben lo que necesitan sus hijos aun cuando la única forma que conocen para comunicarse son los lloros: “experiencia y dedicar algo de tiempo a estar con ellos”.