En el último artículo sobre los abonos ya os avanzaba que hay
algunos temas a los que cuesta un poco cogerle el truquillo, y el riego no se
queda atrás. Sería ideal poder contar con una dosis milagrosa, como cuando el
médico nos extiende una receta, pero el riego no funciona así. No es lo mismo
regar en una zona con una tierra arcillosa, a la que le cuesta absorber el agua,
que en una arenosa, donde ocurre todo lo contrario.
En macetas, luchamos además contra una evaporación muy
superior ocasionada por la incidencia de los rayos solares sobre los distintos
tipos de contenedores, por lo que ajustar las pautas de riego puede ser
realmente complicado para un principiante. Vamos por partes.
Cada cuánto hay que regar
La norma es simple: siempre que el sustrato se seque. La
tierra debería mantenerse húmeda pero no encharcada y, como apunto en el vídeo,
no debemos fiarnos nunca por el aspecto de la capa superior, que suele secarse
rápidamente. Unos centímetros por debajo (y gracias a la formulación de las
distintas mezclas de sustrato, con componentes que retienen la humedad), puede
que la planta tenga toda el agua que necesita.
Cada hortaliza requiere una cantidad de riego diferente, y
hasta una pequeña irregularidad, como un olvido durante un par de días en verano
que intentamos solventar con un riego generoso, puede ocasionar que nuestros
tomates presenten rajas o grietas.
Aprender a regar es algo vital para la supervivencia de
nuestras plantas, y deberíamos esmerarnos en asimilarlo desde el primer
momento. A menudo no le damos la importancia que se merece, y es que con el
riego, lo que estamos haciendo realmente, es permitir que la planta se alimente
y siga creciendo. Con ese agua, no le estamos dando sólo «de beber»: estamos
ayudando a que los nutrientes se disuelvan y las raíces puedan absorberlos para
llevarlos hasta las hojas, donde, con la fotosíntesis, se producirá la
verdadera alimentación.
En qué momento del día es más apropiado regar
Lo más aconsejado es regar al atardecer en verano y por la
mañana en invierno. Ello permitirá que la temperatura ambiental favorezca un
mayor aprovechamiento del agua, al evitar una evaporación excesiva o el riesgo
de helada.
Pero ello no significa que «esté prohibido» regar a
mediodía en verano si hemos sufrido un despiste por la mañana. Peor será para
la planta tener que esperar hasta el anochecer por el riesgo de deshidratación
que ello supone.
El acolchado
Cuando cultivamos hortalizas en macetas, jardineras o mesas,
luchamos además contra la enorme temperatura que absorben algunos materiales y
que calientan el sustrato. El sol suele incidir sobre sus paredes e incluso el
pavimento de nuestros balcones y terrazas puede transmitirles calor por debajo.
La mejor solución suele ser intentar aislarlas levantando las macetas del suelo
(con placas de porexpán, maderas o estructuras para tal fin) y aplicando un
acolchado.
Realmente se observa una gran diferencia entre aquellas
plantas que han crecido protegidas por un buen acolchado. En invierno calentará
la tierra y en verano la refrescará, evitando la evaporación y la incidencia de
los rayos solares. Además, es muy
sencillo, ya que sólo debemos extender una capa de unos 2 a 4 cm de grosor
sobre el sustrato o la tierra de nuestro huerto.
Podemos formar esta capa con distintos materiales: paja,
corteza de pino, restos de poda, hojarasca… incluso con cartones cortados.
Permitirá que el agua de riego se filtre (no hay que apartarlos al regar) y, a la vez, evitará su evaporación en verano.
Probadlo, no os arrepentiréis.
Un pequeño apunte más sobre el riego: las raíces son más inteligentes
de lo que creemos, ya que están programadas para buscar humedad bajo tierra.
Por ello, si regamos directamente al lado o alrededor del eje que forma la
planta sobre el suelo, las estaremos «atontando», si me permitís la
expresión. Si vamos cambiando el lugar en el que dejamos caer el agua de riego,
les permitiremos crecer y expandirse. Y una planta con un buen sistema
radicular siempre será más sana, más fuerte y permitirá crecer más y mejor a la
parte externa, que es la que nosotros observamos.
En macetas, esto se traduce en regar un día a la izquierda de
la planta, y a la derecha la siguiente ocasión. En un huerto en el suelo con
riego automático, desplazando ligeramente el tubo de goteo. Notaréis la
diferencia, tanto en su crecimiento y producción como al arrancarlas al
finalizar la temporada.